Crueldad y mucha demagogia en Trípoli

24/Mar/2011

El País

Crueldad y mucha demagogia en Trípoli

El coronel Gadafi aún es visto como héroe en la capital
24-3-2011
Trípoli | Muamar Gadafi vigila a su pueblo desde todos los rincones de Trípoli. En cada fachada, en cada balcón, los carteles con la imagen icónica del coronel se levantan desde distintos puntos de la ciudad para dibujarle a veces como un padre, sonriente y magnánimo, en otras como un líder, severo y poderoso. Si Trípoli fuera una marca, él sería su logo.
Un sector de los tripolitanos le adora casi como a un dios. El dictador se ha ganado su respeto con actuaciones más propias del alcalde de una pequeña ciudad que las que cabría esperar en un jefe de un Estado. A veces, irrumpe con su séquito en una calle y muestra su interés por la vida de la gente común. “Él es así. Si pasa por una calle y ve que una casa está en malas condiciones, habla con la familia, le pregunta por sus problemas y les promete que los solucionará. Al otro día, manda a los trabajadores y estos ponen ventanas y arreglan el tejado”, dice un joven.
Ahí reside su éxito. El coronel ha distanciado tanto su imagen del Gobierno libio que quienes le siguen no le responsabilizan de los males del país. “Los corruptos son sus consejeros y sus gobernantes, ellos se quedan con el dinero del petróleo. Pero él es un buen hombre”, dice Abdulá, un traductor que ayuda a los periodistas a moverse por la ciudad.
La ciudad antigua es un paisaje de palmeras y arcos ojivales presidido por el castillo rojo (Saraya Al Hamra) desde el que coronel suele pronunciar sus discursos. Enfrente, la Plaza Verde, lugar de encuentro para los tripolitanos y tomado por los partidarios del dictador.
En ese lugar, un buen número de tipos con aspecto de haber roto todos los platos que han querido en su vida mueven dinero y hacen escaso negocio estos días. El cambio del dólar ha bajado. Cien dólares valen 240 dinares libios. “Hace unas semanas te daban solo 125”, dice uno con la cara surcada por una cicatriz mientras no para de atender el teléfono.
Las estrechas calles del mercado, de paredes blancas y puertas verdes, están vacías desde que empezaron los ataques. Cada cual vive los bombardeos como puede. Las familias explican a sus hijos chicos que los ruidos vienen de una tormenta sin agua. El País de Madrid